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viernes, 14 de diciembre de 2018

Bodegas Ojuel

Miguel Martínez o Miguelito, como le llaman sus paisanos de un pequeño pueblo de La Rioja, llamado Sojuela, es un joven (33 años) e inquieto elaborador de vinos. Su afición le viene de familia, ya que su abuelo elaboraba vino en el pajar de su casa. Era, como dice Miguel, una viticultura de subsistencia. La tierra da sus productos para que luego el hombre los recoja, almacene y conserve para pasar el duro invierno. Retoma la labor de sus antepasados de hacer el “supurao”, vino proveniente de uvas pasificadas que una vez recolectadas, en los primeros días de vendimia, allá por inicios del mes de Octubre, se cuelgan los racimos en unas colgaderas en la parte alta del pajar donde la brisa del norte es más acentuada. El paso del tiempo y el aire frío del invierno harán el resto. Dependiendo del clima de cada año el prensado de estos racimos deshidratados se hará a primeros del año siguiente o en pleno mes de diciembre. Una prensa antigua y la paciencia irán sacando el mosto dulce de estos racimos que posteriormente descansará en una barrica donde realizará la fermentación. El nombre de “supurao” proviene del sudor que sale de los propios granos una vez colgados y empezado el tiempo de deshidratación. El resultado es un vino dulce, acaramelado y muy aterciopelado. Nada empalagoso y que está haciendo furor, no en vano lo tienen en su carta de vinos restaurantes como: Azurmendi, Arzak y Venta Moncalvillo.
Miguel, recientemente nombrado por Tim Atkim (master of wine) como enólogo revelación de Rioja 2018, dispone de diferentes parcelas de viñas, ubicadas en diferentes orientaciones, altitudes y tipos de suelo. Como él nos confesó, cada parcela es como un hijo y por ello mima a cada una con una vehemencia inusitada. Es por ello que de cada parcela saque un vino distinto. Para ser un joven productor, que solo lleva 8 años en el oficio, dispone de 10 referencias: 7 tintos, 2 blancos y el Supurao o como dice en la etiqueta naturalmente dulce. Son vinos, todos ellos, cultivados en ecológico y que siguen los principios de la biodinámica, siguiendo el calendario lunar para los diferentes procesos del vino y que utiliza preparados de ortigas para prevenir de enfermedades a las vides. Todo muy natural y sin artificios. Cabe destacar que dos de sus tintos, monovarietales de garnacha y Maturana tinta, los hace sin sulfitos añadidos. El resto de vinos realiza coupages poco habituales por esta zona de Rioja, lo mismo hace una mezcla de: Tempranillo, Maturana y Garnacha en su vino La Plana; como mezcla: Garnacha y un pequeño aporte de varias variedades blancas para su vino La Espina. Todos ellos de pura fragancia, paso amable y fácil beber.
El nombre de Ojuel, surgió de casualidad, ya que preguntado en la Denominación de Rioja por el nombre que le iba a dar al vino, se le ocurrió quitar la letra inicial y final al nombre de su pueblo natal, Sojuela. Lugar o biotopo donde se encuentran la mitad de mariposas de toda la península, de ahí el guiño a estos lepidópteros en todas sus etiquetas. Este municipio riojano, de poco más de 200 habitantes, llegó a contar en sus días con 32 bodegas. Pequeños calados donde sus propietarios elaboraban su vino. Hoy solo queda uno con vida, el número 33 y que pertenece a Miguel. Recupera el antiguo calado de su abuelo para realizar en su lagar de cemento un tinto de maceración carbónica y donde descansan las barricas de supurao, lejos del ruido y a una temperatura constante.
Miguel es pura pasión por recuperar el trabajo de sus antepasados y de hacerlo de una manera natural y sin maquillajes de ningún tipo. Es una vuelta al pasado. Una vuelta a los orígenes. Gracias Miguel.