Miguel Martínez o Miguelito, como le llaman
sus paisanos de un pequeño pueblo de La Rioja, llamado Sojuela, es un joven (33
años) e inquieto elaborador de vinos. Su afición le viene de familia, ya que su
abuelo elaboraba vino en el pajar de su casa. Era, como dice Miguel, una
viticultura de subsistencia. La tierra da sus productos para que luego el
hombre los recoja, almacene y conserve para pasar el duro invierno. Retoma la
labor de sus antepasados de hacer el “supurao”, vino proveniente de uvas
pasificadas que una vez recolectadas, en los primeros días de vendimia, allá
por inicios del mes de Octubre, se cuelgan los racimos en unas colgaderas en la
parte alta del pajar donde la brisa del norte es más acentuada. El paso del
tiempo y el aire frío del invierno harán el resto. Dependiendo del clima de
cada año el prensado de estos racimos deshidratados se hará a primeros del año
siguiente o en pleno mes de diciembre. Una prensa antigua y la paciencia irán
sacando el mosto dulce de estos racimos que posteriormente descansará en una
barrica donde realizará la fermentación. El nombre de “supurao” proviene del
sudor que sale de los propios granos una vez colgados y empezado el tiempo de
deshidratación. El resultado es un vino dulce, acaramelado y muy aterciopelado.
Nada empalagoso y que está haciendo furor, no en vano lo tienen en su carta de
vinos restaurantes como: Azurmendi, Arzak y Venta Moncalvillo.
Miguel, recientemente nombrado por Tim Atkim
(master of wine) como enólogo revelación de Rioja 2018, dispone de diferentes
parcelas de viñas, ubicadas en diferentes orientaciones, altitudes y tipos de
suelo. Como él nos confesó, cada parcela es como un hijo y por ello mima a cada
una con una vehemencia inusitada. Es por ello que de cada parcela saque un vino
distinto. Para ser un joven productor, que solo lleva 8 años en el oficio,
dispone de 10 referencias: 7 tintos, 2 blancos y el Supurao o como dice en la
etiqueta naturalmente dulce. Son vinos, todos ellos, cultivados en ecológico y
que siguen los principios de la biodinámica, siguiendo el calendario lunar para
los diferentes procesos del vino y que utiliza preparados de ortigas para
prevenir de enfermedades a las vides. Todo muy natural y sin artificios. Cabe
destacar que dos de sus tintos, monovarietales de garnacha y Maturana tinta,
los hace sin sulfitos añadidos. El resto de vinos realiza coupages poco
habituales por esta zona de Rioja, lo mismo hace una mezcla de: Tempranillo,
Maturana y Garnacha en su vino La Plana; como mezcla: Garnacha y un pequeño
aporte de varias variedades blancas para su vino La Espina. Todos ellos de pura
fragancia, paso amable y fácil beber.
El nombre de Ojuel, surgió de casualidad, ya
que preguntado en la Denominación de Rioja por el nombre que le iba a dar al
vino, se le ocurrió quitar la letra inicial y final al nombre de su pueblo
natal, Sojuela. Lugar o biotopo donde se encuentran la mitad de mariposas de
toda la península, de ahí el guiño a estos lepidópteros en todas sus etiquetas.
Este municipio riojano, de poco más de 200 habitantes, llegó a contar en sus
días con 32 bodegas. Pequeños calados donde sus propietarios elaboraban su
vino. Hoy solo queda uno con vida, el número 33 y que pertenece a Miguel.
Recupera el antiguo calado de su abuelo para realizar en su lagar de cemento un
tinto de maceración carbónica y donde descansan las barricas de supurao, lejos
del ruido y a una temperatura constante.
Miguel es pura pasión por recuperar el
trabajo de sus antepasados y de hacerlo de una manera natural y sin maquillajes
de ningún tipo. Es una vuelta al pasado. Una vuelta a los orígenes. Gracias
Miguel.
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